Formar médicos con habilidades blandas y un enfoque humano es esencial para recuperar la confianza de la comunidad y mejorar la calidad de la atención en salud en todo el país.
Por Daphne Villanueva López. 19 septiembre, 2025.
En el Perú existen actualmente 39 Facultades de Medicina Humana, según la Asociación Peruana de Facultades de Medicina. A raíz de ello, se ha incrementado el número de médicos que egresan y se titulan cada año. Sin embargo, la brecha de profesionales de salud continúa sin cubrirse en las zonas más alejadas del país. Asimismo, resulta preocupante que, incluso cuando hay un médico en la comunidad, persista la desconfianza de la población hacia su capacidad de brindar una atención con calidad y calidez.
Una de las causas de esta desconfianza está relacionada con la pérdida del carisma humano en la práctica médica y con la percepción del médico como una figura distante, poco interesada en el paciente, con quien establece una comunicación escasa, poco cercana y efectiva. Esta situación no siempre se debe a indiferencia, sino al estrés laboral o a la presión de atender un elevado número de consultas en tiempos reducidos. No obstante, es esencial recordar que cada paciente es, ante todo, una persona que busca alivio o consuelo en medio de su enfermedad. No puede reducirse únicamente a cifras o diagnósticos. Detrás de cada caso existe una historia personal y un contexto que deben ser comprendidos. La Organización Panamericana de la Salud subraya que los médicos, especialmente aquellos que trabajan en el primer nivel de atención, deben ser capaces de establecer vínculos de confianza y respeto con la comunidad, dialogar y llegar a consensos, además de liderar equipos de salud. Estas demandas no solo requieren conocimientos científicos, sino también el desarrollo de habilidades blandas, que constituyen la base del trato humano hacia el paciente. Surge entonces una pregunta clave: ¿Cómo enseñar habilidades blandas en medicina? En primer lugar, es necesario reconocer que los valores, actitudes y hábitos se forman en el hogar y son reforzados durante la etapa escolar. Por ello, resulta indispensable promover la enseñanza de valores desde los primeros niveles educativos y contar con programas de apoyo familiar orientados a fortalecer la comunicación y las relaciones interpersonales saludables.
Las competencias adquiridas forman parte del perfil humanístico del futuro médico, el cual debe consolidarse durante toda la etapa universitaria. No basta con los cursos de bioética y deontología; el trato humano también se aprende con el ejemplo: observando cómo un docente se acerca al paciente, comunica malas noticias o explica las opciones terapéuticas. En este sentido, los profesores de medicina deben modelar una práctica centrada en la persona, demostrando habilidades intangibles pero esenciales para el ejercicio profesional, y no limitarse únicamente a transmitir conocimientos técnicos. Formar médicos líderes y buenos comunicadores, capaces de mediar y acompañar procesos difíciles, exige docentes igualmente humanizados. Las simulaciones clínicas durante la carrera constituyen herramientas valiosas para entrenar no solo el conocimiento de las patologías, sino también la relación médico-paciente. Sin embargo, estas deberían incluir escenarios más realistas, con situaciones complejas, imperfectas y diversas, como las que se presentan en nuestro país multicultural. De este modo, se evalúa también la empatía, la escucha activa y la capacidad de explicar el manejo terapéutico, sus riesgos y beneficios, con el objetivo de promover decisiones compartidas entre médico y paciente.
El aprendizaje de las relaciones entre pares representa otro aspecto fundamental. Si bien la carrera médica se desarrolla en un entorno competitivo, el futuro profesional comprende pronto que el médico rara vez trabaja en soledad. La capacidad de colaborar, respetar y resolver conflictos resulta indispensable en la vida profesional. Este aspecto refuerza la importancia de la presencialidad en la formación médica: no basta con dominar los contenidos teóricos, es necesario vivir experiencias colectivas que fortalezcan la formación integral y humanista. Finalmente, corresponde a cada médico —en formación o en ejercicio— realizar una reflexión constante sobre su práctica. Es cierto que pocas veces habrá incentivos externos por demostrar empatía; no se otorgan reconocimientos por una palabra de aliento o un gesto de cercanía. Sin embargo, alguien siempre lo notará: el paciente, ya sea en un consultorio privado o en un puesto de salud rural. Si cada médico procura no perder la calidez humana en su labor cotidiana, no solo se fortalecerá el rostro humano de la medicina, sino también la calidad de nuestra sociedad.








